jueves, 16 de septiembre de 2010

Capítulo 7

Para James la explicación de los hechos ofrecía muchos baches por rellenar. Me llamó por teléfono y dijo: "Fabio, está todo claro. El jueves pasado un tipo se suicidó pero no encontramos el cadáver, resulta "que fue a dar una vuelta por ahí, y de repente, ¡zas!, se acordó de que estaba muerto y apareció ayer a la mañana en su oficina para descansar en paz".
-No jodás -le contesté.
-No jodo.
-¿Hallaron alguna bala?
-No, exceptuando la que encontraron el jueves pasado. Te dejo, Fabio, tengo algunas cosas que hacer. Te juro que si resuelvo este caso te le voy a contar detalle por detalle, a ver si triunfás con una novela de una vez por todas.

James revisó su libreta de apuntes. Tachó a la secretaria y al director Coisman. El siguiente: Oscar A. Boretti.

-Dong, James Dong.
-Boretti, Oscar Boretti.
-Gusto, mucho gusto.
-Mente, igualmente. Por favor, tome asiento detective.
-Se agradece.
-¿Desea tomar algo?
-Pipsi Cola.
-Un minuto.

Sesenta segundos después.

-Aquí tiene. ¿En qué lo puedo ayudar?
-Cuénteme lo sucedido el jueves pasado.
-Nos reunimos, como siempre, los cinco directores para analizar la situación semanal. A las 9: 20 ya estábamos todos allí.
-Miente.
-¿Yo?
-¿Hay otro acaso en esta sala?
-Sí, mi hijo está escondido abajo de su sillón.
-Bueno, en ese caso aclaro: usted miente.
-¿Por qué?
-Porque no llegó a las 9:20 ni antes como acostumbra, sino que se demoró quince minutos.
-O sea, déjeme ver... 20 + 15 = ... ... ... ¿34?
-35, burro. Llegó a las 9: 35.
-¿Y cómo lo sabe?
-No revelo jamás mis fuentes de información, además el señor Coisman no sabía que lo comprometía al decirme el horario de su llegada.
-¡Ah, el muy maldito!
-¿Por qué llegó tarde?
-Eso es personal.
-Me importa un comino.
-No se haga el recio.
-Lo soy.
-Le cuento entonces: tuve una discusión con mi hijo.
-¿Y por eso llegó tarde?
-Nos peleamos.
-¿Y?
-Bueno, creí que lo había matado, así que me demoré unos diez minutos en comprobar su estado.
-¿Y?
-Muerto.
-¡Ah!, bueno, entonces es comprensible la tardanza. Pero aún le quedan cinco minutos para justificar.
-Es fácil: cuando le pegué con el palo le partí la rótula izquierda, el desgraciado cayó al piso y desde ahí me tiró una zancadilla. Yo le advertí: no jodás más o vas a cobrar, pero no hizo caso. Se arrastró hasta la cocina, agarró el cuchillo de carnicero e intentó clavármelo. Ágil yo, lo esquive y sujetándolo fuerte por el cogote lo doblé en dos.
-¿Al cuchillo?
-No, a mi hijo.
-¿Y? Eso es lo que pasó en los diez minutos que antes mencionó, ¿y los cinco restantes?
-Tuve que hacer orden, la sangre, el cadáver, usted sabe.
-Sí, me imagino el desastre. Sólo por curiosidad: ¿dónde escondió el cuerpo de su hijo?
-Abajo del sillón, ese en el que usted está sentado.
-¿Y no empieza a sentir algo así como olor a descomposición?
-¿"Descomposición"? Pero claro, hombre, ya me parecía que no podía ser mi perfume.
-Siga con su relato, no pierda el tiempo con obviedades.
-¿Por dónde iba?
-Llegó a las 9:35.
-Ah, sí, el D.G todavía no había dado señal de vida, así que Homps, impaciente como siempre, apuró a la secretaria. La misma le avisó al D.G de su demora, para que éste le pidiera cinco minutos de plazo. Después se escuchó el tiro.
-¿A qué hora?
-9: 55. Sea más específico.
-9: 55:50.
-Muy bien, coincide con lo que ya sabía. ¿Vio ese día al D.G?
-No, nunca lo veo antes de que nos reciba.
-¿Ese día lo vio alguna otra persona?
-No, excepto la secretaria que siempre lo ve al ingresar a la oficina.
-Y antes de la reunión, ¿no sabe si alguien lo fue a ver motivado por alguna consulta en especial?
-Negativo, los jueves sólo atiende a los directores.
-¿Lo escuchó hablar?
-Siempre lo escuchaba.
-Me refiero al jueves pasado. ¿Escuchó cuando le dijo a la secretaria que los hiciera pasar en cinco minutos?
-Mire, no dé más vueltas. ¿Busca al asesino de Jorge Alderette?
-Es mi trabajo.
-Yo sé quién es.

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