domingo, 29 de agosto de 2010

Capítulo 4

Y aquí sí, al fin, entro en escena.
No voy a narrar mi llegada a la casa de James, prefiero contar todo desde su ingreso a la misma. Estaba yo acariciando a San Patricio mientras éste tomaba su leche de una palangana que yo le había proporcionado. A mis pies descansaba, inconsciente, Gustavo Alderette, sus ropas despedazadas, rasguños, sangre y cierta expresión de pavura en el rostro. En esos instantes, un ruido en la puerta me alertó de un posible intruso. Encadené a San Patricio, agarré un palo de amasar y me abalancé decidido a recibir al fisgón. Muy precavido el hombre no hacía ningún ruido, lo vi de casualidad, oculto entre la pileta Pelopincho y el tobogán que James utiliza para su esparcimiento. Cuerpo a tierra me fui acercando, hasta comprobar que sus rasgos me eran desconocidos: barba y una gran cabellera rubia. No esperé más, y, aprovechando su primer distracción, lo ataqué. Palazo al medio de la cabeza y un grito de espanto un segundo antes de la colisión palo de amasar-cerebro: "¡Fabio, soy yo!"
Quince minutos después me encontraba yo acariciando a San Patricio mientras éste tomaba su leche de una palangana. Y a mis pies, inconscientes, Gustavo Alderette, rasguños, sangre; James, chichón, chichón sobre chichón, hielo. Ambos, cierta expresión de pavura en sus rostros.
Minutos tediosos los que pasé, debo reconocerlo, nunca había tenido compañeros tan aburridos. Me entretuve observando a San Patricio, sus caninos desmesurados, la muela carnicera en forma de cresta, sus ojos vandálicos y esas ladinas uñas retráctiles que se asomaban de vez en cuando, como si estuvieran predispuestas a atacarme. Por suerte me conocía, es decir, ya había probado mi carne y la había calificado de purulenta. Él era así, probaba todo, no se dejaba llevar por la vista como jueza del paladar.
James se despertó a los gritos:

-¡Soy yo! ¡Soy yo! No golpees, soy yo, soy yo.
-Tranquilo James, ya pasó todo –aplaqué los ánimos.
-Era un palo gigante, enorme, un palo malo.
-Tranquilo, no pasó nada.
-Me hizo pupa, acá, en la cabecita.
-¿Acá? Bueno, te hago mimitos, ¿así te gustan?
-Sí, sí, así está bien. ¿Y este tipo quién es?
-Gustavo Alderette, o al menos eso me dijo antes de desmayarse.

Y como si el pronunciarlo hubiera actuado como una poción mágica de reanimamiento, Gustavo Alderette despertó, a los gritos también:

-¡Un tigre! ¡Un tigre!
-Tranquilo, señor, ya pasó todo –le dije.
-¡Un tigre! ¡Un tigre enorme!
-Tranquilo, no pasó nada –volví a repetir.
-Me hizo mierda, acá, y acá, y allá, y ahí atrás.
-Bueno, bueno, tranquilo, le hago mimitos, pero usted quédese quieto.
-¿Y usted quién es?

Fue James el que contestó.

-Es un amigo mío, señor Alderette. Está en buenas manos.
-¿Y a usted quién mierda lo conoce?
-Soy Dong.
-¿Es qué?
-Dong, Dong.
-¿Tiene vocación de campana?
-Dong, James Dong.
-Eh... ¡Es increíble! Está totalmente cambiado. ¿A qué se debe el disfraz?
-Es una larga historia, ¿cómo se encuentra usted?
-Creo que bien, aunque no me sentía así desde que mi mamá me pegó por robarle un helado a Laura.
-¿Laura? ¿Quién es Laura?
-Es una larga historia, ¿quiere escucharla?
-Soy todo oídos.

Y así fue como ingresé yo en esta historia, y así fue también como pasé toda una tarde acariciando a dos hombres maltrechos, en su físico y en su oratoria. ¡Nada tan aburrido como la historia de Laura y su helado!

lunes, 23 de agosto de 2010

Capítulo 3

A veces dudé de las palabras de James. Por suerte él tenia una amplia colección de recortes de periódicos con los sucesos narrados, no existía prueba más eficaz. En un pedazo de diario: "La tragedia del 4º B" surgía como inexplicable, un sujeto que correspondía a las señas de James pero que no había sido hallado (James es un maestro en el arte del disfraz: después de ese episodio se puso una barba postiza y una peluca rubia).
Otro incidente interesante que debería narrar es el sucedido al señor Alderette con la mascota de James, acontecimiento del que fui testigo por estar, casualidad de la vida, en el departamento de mi amigo en el momento preciso. Pero lo dejo más para adelante, sigo con los hechos.
El trayecto del 4º B al 4º A era corto, comprobó James al salir. "Vecinos", dedujo, y a la vez, comprobando que su cerebro podía funcionar mientras realizaba otra acción, golpeó la puerta del 4° A.

-¿Quién es?
-Nosé, señor Coisman.
-¿Y si usted no sabe, por qué demonios tendría que saberlo yo?
-Juan Carlos Nosé.
-¿Quién?
-El detective que investiga la muerte del señor Alderette.
-Un momento, ya le abro. ¡Querida! Escondé el revolver, la Cocaína y la trampa para osos. ¡Ah! Levantá también las balas que están en el piso.

La puerta se abrió.

-Pase, pase, póngase cómodo. ¿Quiere tomar algo?
-Pipsi Cola, por favor.
-¡Querida! Cuando terminés con lo que tenés que hacer, podés traer una Pipsi Cola para... ¿Cómo era su nombre?
-Mejor llámeme Dong, James Dong.
-Bien, señor Dong, ¿en qué lo puedo ayudar?
-Usted estuvo presente en el momento en que Jorge Alderette, el Director General de Lord, desapareció. Quisiera que me contara con lujo de detalles lo sucedido ese día.
-Fue el jueves pasado. Como todos los jueves se realizó una reunión con los cinco directores y el Director General. Es nuestra obligación comunicarle las novedades, progresos, desastres, bah, toda
cosa que suceda en la semana. Ese día fue como cualquier otro: estuve en la sala de espera a las 9:15 en punto. La secretaria me dijo que esperara pues el señor Alderette estudiaba no sé qué papeles. Me senté y me puse a charlar con los otros directores.
-¿Qué directores se encontraban allí?
-Golman y Homps. Boretti llegó quince minutos tarde.
-¿A qué hora se reúnen los jueves?
-A más tardar, a las 9:20.
-¿Y a qué hora llegó el señor Boretti?
-A las 9:35, pero siempre el Director General nos atiende cerca de las 9:40.
-¿Sabe el por qué del retraso?
-No lo explicó y nadie se molestó en preguntarle.
-Prosiga.
-Esperamos un buen rato; pero al dar las 9:52:12 nos empezamos a impacientar, nunca se había demorado tanto. Homps le pidió a la secretaria que averiguara qué pasaba. Ella entró en el despacho y al rato salió diciendo que sólo tendríamos que esperar cinco minutos. 218 segundos después, escuchamos un tiro y entramos. Como sabrá, no había nadie allí.
-¿Quiénes estaban en ese momento en la oficina?
-¡Qué pregunta idiota! Boretti, Homps, Golman, Alderette, la secretaria y yo, por supuesto.
-¿Alderette? Supongo que se refiere a Gustavo Alderette.
-Claro.
-¿Y qué hacia allí el hijo del Director si no se encontraba en la sala de espera?
-Tiene su oficina pegada a la del padre.
-Usted dijo, si mal no recuerdo, que los jueves acostumbran reunirse los cinco directores. Luego dijo que en la sala de espera estaban Boretti, Homps, Golman, la secretaria y usted, ¿es esto correcto?
-Sí.
-Yo cuento cuatro directores, ¿y el quinto?
-Gustavo Alderette.
-¿Y por qué faltó a la cita? ¿No es extraño acaso?
-Para nada, siendo el hijo del Director General muy pocas veces acudía a la reunión. ¡Ah! Señor Dong, le presento a mi esposa Beatriz.
-Mucho gusto, señora.
-El gusto es mío. Sírvase, le traje su Poca Cola.
-Yo no pedí Poca Cola.
-Pero mi esposo dijo que...
-No insista, yo no pedí Poca Cola, pedí una Pipsi Cola.
-Es lo mismo.
-Mire señora, hace mucho que tomo Pipsi Cola y no me va a decir que es lo mismo que la Poca Cola.
-¿Por qué no?
-Porque la Pipsi Cola es mil veces más rica, así que o me trae Pipsi Cola o se mete su Poca Cola en ... la cola.
-Pero... ¡Querido! ¿No pensás decir nada?
-El señor tiene razón, Beatriz, traéle Pipsi Cola.
-Pero...
-Ya oyó a su esposo, vaya, vaya, busque una Pipsi Cola y si no tiene en la heladera ya sabe qué hacer.
-¿Qué?
-Poca en Cola.
-Perdone a mi señora, señor Dong. Es un poco bruta.
-¿Un poco? Yo no sé donde la gente aprende modales, ya nadie respeta a nadie.
-Sepa disculpar, no volverá a repetirse.
-Así lo espero.
-¿Y ahora qué querés Beatriz? –Pregunta Coisman extrañando al ver que su mujer regresa sin los refrescos.
-Teléfono... Lo buscan señor Dong.

Aquí entro en escena yo, que hacía un buen rato intentaba localizar a mi amigo por todos lados y sólo la providencia y el cartel que él había dejado sobre su escritorio "Estoy en la siguiente
dirección......., por cualquier problema llamar al 534-756000" logró que
pudiera encontrarlo.

-Hola, ¿James?
-¿Fabio? ¿Qué pasa? Espero que sea importante, estoy trabajando, a punto de tomar una Pipsi Cola y ya sabés como odio que me interrumpan.
-Es muy importante, aquí en tu casa está un tal Gustavo Alderette, dijo ser tu cliente.
-¿Cómo "dijo"? ¿Ya no puede hablar?
-Está inconsciente, gravemente herido. Creo que puede morir.

martes, 17 de agosto de 2010

Capítulo 2

-¡La pucha! –exclama James, sorprendido.
-¿La pucha?
-No se fije en mis expresiones, por favor, soy un tipo común, un hombre marcado por el destino, llamado a servir a los semejantes, a trabajar por la justicia, por la libertad, a pelear por el amor, a ser justo, honesto, decidido, no soy un detective vulgar, señor Alderette, soy más que eso... soy yo.
-¡La pucha!
-Volvamos al caso, me interesa. Hay cosas que es necesario aclarar.
-No hay problema, le puedo dar los nombres de los directores, direcciones, datos, lo que usted pida.
-Yo hablo de mis honorarios.
-¿Cuánto pide?
-$500 por día más viáticos.
-De acuerdo.
-Un seguro contra accidentes.
-De acuerdo.
-Un auto.
-No abuse.
-Está bien, puedo arreglarme con mi bicicleta. Por último y en calidad de indispensable, usted debe cuidar a San Patricio.
-¿Qué dice?
-Mire, si voy a investigar su caso no voy a poder alimentar a San Patricio, así que le dejo las llaves de mi casa y usted se compromete a pasar siempre al mediodía para darle de comer.
-¿Estamos hablando de su mascota?
-Lógico. ¿Algún problema?
-Ninguno.
-Bueno, al grano entonces.
-¿Y el café?
-Cierto, ya lo había olvidado. Clara, ¿para cuando ese café?
-Un poco silenciosa su secretaria.
-Sí, desde que la despedí parecería que no me obedece.
-Pero ¿está acá?
-No.
-¿Y para qué la llama?
-Costumbre.
-No me joda.
-¿Podemos ir a la oficina de su padre?
-¿Ahora?
-No, ¿el mes que viene le queda bien?
-Odio el sarcasmo.
-Odio la estupidez.
-Podemos.
-Vayamos entonces.
-Antes una cosita: tiene un escarbadientes atravesado en su dentadura.

La oficina. Cuatro paredes con un cuadro en cada una de ellas. Debajo de una pintura, un agujero de bala. James observó el lienzo, "La res colgada" determinó. Supo entonces que Gustavo Alderette era un ladrón.

-Oiga usted, ¿cómo pudo? ¿sabe que esta obra fue hecha para que todo el mundo la admire?
-¿De qué habla?
-El Rembrandt que tiene en su oficina.
-Punto uno: es la oficina de mi padre. Punto dos: es un duplicado del grabado original. Punto tres: "La res colgada" aún está en París, en el Louvre para ser más exactos. Y punto cuatro:
-Listo, ya entendí. Déjese de puntos.

James volvió a la observación. El piso alfombrado, un color opaco sensación de tristeza, dibujos por doquier. Dos sillones, los dos paralelos, del mismo color que la alfombra, miran al escritorio, éste de color kk, y lo usual: un almanaque, un porta lápices, una agenda, la última Playboy, un metro, papeles diseminados, una pelota de fútbol, un reloj, un balero y una cantimplora. Debajo del escritorio, el típico tacho de basura, receptor de papeles quemados. Una sola ventana en la oficina, James se asomó y comprobó que nadie podría escapar por allí, un quinto piso, ninguna cornisa y ningún traje de Superman.

-Unas preguntas, señor Alderette. ¿Encontraron el arma que realizó ese disparo?
-No.
-¿Revisaron a los presentes?
-Sí, la policía lo hizo, pero para cuando llegaron aquí, el asesino tuvo el tiempo suficiente para deshacerse de ella.
-¿Por qué lo llamó asesino? Aún no sabemos si su padre está muerto, no saque conclusiones apresuradas. ¿Y la bala?
-La encontraron incrustada en la pared, debajo del duplicado
de Rembrandt. No tenía sangre, como si alguien hubiera jugado al tiro al blanco.

James entendió que cada vez entendía menos.

-Necesito datos de los testigos.

Gustavo Alderette escribió en un papel:

Lidia. E. Fontes Secretaria dirección....
Alberto M. Coisman Director dirección....
Oscar A. Boretti Director dirección....
Eduardo H. Homps Director dirección....
Juan J. Golman Director dirección....
Gustavo I. Alderett Sub Director General dirección....


Tres horas después, James hablaba con el portero eléctrico de Alberto M. Coisman.

-¿Hola?
-Buenas tardes, señora. Desearía hablar con su esposo.
-¿De parte de quién?
-Juan Carlos Nosé.
-¿Quién?
-Juan Carlos Nosé, señora. El detective que investiga el caso de la muerte del jefe de su esposo.
-¡Oh, Dios mío! Aguarde un segundo, bajo a abrirle.

Minutos después...

-Hace dos días que mi esposo no vuelve a casa, ya sospechaba algo terrible.
-¿Qué quiere insinuar?
-El otro día tuvimos una discusión, por su trabajo, creo que...
-Vamos, hable, no me deje con la incógnita.
-Es que no sé si deba.
-Hable, le digo.
-Puedo condenar a mi esposo.
-Señora, tal vez sea duro para usted entender esto pero voy a tratar de ser claro. Hay momentos en que hay que actuar pundonorosamente, ya que la honra de uno no puede depender de otro, por más cónyuge que sea. Si su esposo es un delincuente, que se joda, hay muchos machos por ahí, la vida se puede reconstruir, no hay que someterse a un solo hombre. Usted es joven, sea bizarra, atrévase, delátelo. Además, ¿se ha puesto a pensar en dónde puede estar su esposo? Con otra mujer, libidinoso él, se entregará a los primeros brazos en prostíbulo que encuentre, o de una amante a la que ni le
mirará los brazos, ya sabe a lo que me refiero. Después vendrá el divorcio, la división de los muebles e inmuebles, "¿de quién es el canario?", "el grifo de agua caliente lo compré yo", y tantas cosas. La partición de los hijos, incluso a la manera de Salomón, terrible, ya lo creo, pero a veces necesaria. Y la amante se reirá en su cara, y usted quedará en la calle, y vaya a saber qué ha ganado su consorte con la muerte del jefe. Por esto y mucho más, ¿qué me iba a decir sobre su esposo? Tiene treinta segundos a partir de este instante.
-Él dijo que quería matarlo.
-¿A mí?
-No, al jefe.
-Pero... ¡Eso es una barbaridad! ¿Está usted segura?
-Bueno, usted sabe, en privado se dicen muchas cosas, pero hacerlas... del dicho al hecho...
-Sí, sí, hay un gran pecho.
-Trecho.
-Perdón, es que... ¿no podría cubrir un poco su teta derecha? Me distrae.
-Disculpe, no fue mi intención molestarlo.
-Volvamos a lo último que dijo: su esposo se fue de aquí con la intención de matar a su jefe, ¿llevó algún arma?
-Creo que un revólver.
-Pero usted es una desalmada, está sentenciando a su esposo, a su media naranja, ¿no juró acaso respetarlo, ayudarlo en las buenas y en las malas? ¿Dónde queda el honor, señora? ¿Dónde?
-Usted me dijo...
-Nada, usted entendió mal, no puede acusar a cualquiera porque sí, hacen falta pruebas, y después mucho papeleo por delante. Le podría dar tiempo a escapar, rehacer su vida, juntos tal vez, en otro país, pero ya la condena está firmada, su muerte es segura, cárcel, quizás guillotina, y por usted, ¿se da cuenta? POR SU CULPA.
-¿Y ahora que hago? ¿Qué puedo hacer para corregir mi error?
-Señora, no puedo decirle todo, mas si insiste le diré que queda un solo camino ante tal enorme desastre, debe recuperar su honor, subsanar esa falta de cariño hacia su esposo con una demostración de afecto insuperable.
-¿Y qué hago? ¿Cómo le demuestro que a pesar de haberlo condenado, lo amo?
-¿Qué es lo más importante para uno?
-No sé.
-Sí, ese es mi apellido.
-No sé que es más importante para uno.
-¡Ah!, disculpe. Uno es más importante.
-¿Y dos?
-No, le digo que uno es lo más importante para uno.
-Egoísta.
-Sincero. Es la verdad.
-¿Qué me propone entonces?
-La muerte voluntaria.
-El suicidio.
-Suena mejor: muerte voluntaria.
-Está bien, lo acepto, tiene razón. Quisiera -si no es mucha molestia- que usted fuera testigo.
-No hay problema.
-Voy a buscar una pistola. Mientras espera, ¿por qué no intenta sacarse ese escarbadientes de la boca? Le queda horrible.

Según James, el balazo hizo un estruendo hórrido, y justo cuando la cabeza de la señora caía destrozada y sin vida en el suelo, hizo su entrada el esposo, con cara de quien entra sorpresivamente a la casa y ve la cabeza de su amada, destrozada y sin vida en el suelo, como si acabara de dispararse un tiro.

-¡Dios mío! ¡Dios mío!
-Se equivoca, mi nombre es Juan Carlos Nosé, pero puede llamarme Dong, James Dong.
-Mi esposa, mi esposa.
-Aquí, en el suelo.
-¿Qué pasó?
-¿Quiere los detalles médicos o sentimentales?
-Sentimentales, por favor.
-Se mató por amor, por amor a usted. Y deje de sacudirla, ¿no ve que está muerta?
-¿Qué quiere decir con que está muerta?
-Muerta, off, exánime, extinta, fiambre, caput.
-¿Pero por qué?
-¿Otra vez? Le ruego que me preste atención cuando hablo, si se va a poner nervioso por cualquier pavada no hablo más y listo.
-Cuénteme, cuénteme.
-No, ahora no quiero, está histérico.
-No se haga el caprichoso, cuente.
-No, no y no.
-Por favor.
-Ya se lo dije: se mató por amor.
-No entiendo.
-Se enteró del por qué de su ausencia prolongada, lo delató y prefirió morir antes que verlo padecer. Tuvo una esposa ejemplar.
-Pero... ¿De qué habla? ¿Cómo pudo enterarse de mi viaje si fue un imprevisto? Mi jefe me mandó a Mendoza y yo no quise decirle nada para darle una sorpresa, una nueva casa, un nuevo horizonte, pero, ¡Dios mío! ¿Por qué le cuento todo esto a usted?
-Mire, no sirve fingir señor Coisman, yo sé que usted mató a su jefe.
-¿Coisman? ¿Coisman? Yo no soy Coisman, estúpido, Coisman vive en el 4° A.
-¿Y este departamento es...?
-4º B.
-Uyy. Bueno, lamento entonces todas las molestias que pude haberle ocasionado. Muchas gracias por su tiempo, y no se acongoje, tuvo usted una esposa excepcional, se lo aseguro, excepcional.

viernes, 13 de agosto de 2010

Capítulo 1

James se levantó temprano, abrió la oficina y se sentó frente a su escritorio con una taza de café en la mano. Bebió un sorbo y escupió al piso.

-Esto está horrible, Clara, calentá este brebaje del demonio.

James había despedido a su secretaria hacía ya un mes atrás, pero su mente se negaba a aceptarlo.
Abrió el segundo cajón del escritorio y extrajo de él su amado espejo: revisó sus dientes y divisó restos del pollo frío de la cena. Abrió el primer cajón y buscó un escarbadientes, lo sostuvo con tres dedos y se abocó a la faena, sabía que era fundamental para su imagen eliminar de su boca toda impureza. El pollo se resistía, sostuvo el escarbadientes y probó con más fuerza. La encía comenzó a sangrar, a él no le asustaba el rojo-sangre así que no se detuvo, cuando se dio cuenta que no podría lograr su objetivo, ya era tarde, el escarbadientes había quedado atravesado y era imposible retirarlo. Abrió entonces el tercer cajón, sacó el serrucho e intentó solucionar el problema. Serruchó el extremo exterior del escarbadientes, no así el que apuntaba hacia la lengua ya que la herramienta no tenía lugar para desplazarse, apenas si podía abrir la boca. Buscó entonces en el primer cajón y sacó una morsa, los maxilares inferior y superior fueron la resistencia a vencer. Una vez colocada, comenzó a hacer girar la palanca y el aparato en cuestión hizo el resto: ya estaba, la boca ofrecía la abertura exacta para el serrucho. Introdujo este último instrumento en su boca y...

Gustavo Alderette entró en la oficina.

-Perdón, si interrumpo vuelvo después –dijo al ver semejante escena.
-Hoo, jor fagor, eff uj dolo fehundo, be sayo edte edvarnafiehte fe ka noca y eshoy vom usged.
-No le entiendo un pito.

James comprendió que un cliente potencial podía escapársele de las manos, y ante tal fatalidad se desprendió rápidamente del serrucho, aflojó la morsa, y volvió a la "normalidad".

-Por favor, tome asiento. Clara, traé un café para el señor... Perdón, su nombre era...
-Nunca se lo dije: Gustavo Alderette.
-Bien, ¿en qué le puedo servir señor Alderette?
-Quiero que encuentre a mi padre.
-¿Usted leyó el cartel de la oficina?: “Detective Privado, graduado con honores", ¿y usted quiere que encuentre a un viejo? ¿Por qué no va a la policía?
-No sea impertinente. Primero escuche y luego decida usted si va o no a tomar el caso. Todo comenzó hace cuatro días en la fábrica Lord de General Pacheco. Mi padre era... es el Director General de la empresa y, como todos los jueves, esperaba a los otros directores para presentar y discutir el balance general de la semana. Cuando todos estaban reunidos, la secretaria les rogó que esperaran unos minutos, que mi padre estudiaba unos papeles en su despacho o algo así y que ya los iba a hacer pasar. Fue cuando se escuchó un tiro y todos entraron en la oficina de mi padre, yo llegué en seguida alertado por el estruendo. Lo increíble de esto...
-Perdone que lo interrumpa, usted me está hablando de un suicidio y si mal no recuerdo cuando entró me pidió que busque a su padre.
-Sí, sí, justamente, lo increíble de esto es que cuando entraron mi padre no estaba: la oficina estaba vacía.

jueves, 12 de agosto de 2010

Breve Introducción

La vida de Alberto Robles no es muy interesante. Ni siquiera un poquito interesante. De hecho, bastante aburrida. Así que no hablaremos de él.
Nuestro héroe en cuestión: Juan Carlos Nosé, tres sustantivos propios correctos, he aquí la verdadera denominación del protagonista.
Edad: 36 años. Profesión: Detective o cualquier changa. Seudónimo: Dong, James Dong.
Los hechos: el 17 de diciembre de 2009 desaparece el cuerpo del Director General de la empresa Lord. Se supone suicidio. Días más tarde, reaparece el cuerpo. Así, solito, sin que nadie lo llamara. Los matutinos declararon: “Asesinato misterioso”.
Tres meses después, el diario “Patín” publicó la resolución del crimen y de todos los hechos fantasmales transcurridos en la empresa automotriz. El artículo del periódico estaba firmado con las siguientes iniciales: J.C.N.O.D.J.N (es decir, Juan Carlos Nosé o Dong, James Dong).
Los hechos otra vez: ¿fue verdad todo lo que publicó Patín? ¿Fue realmente J.C.N.O.D.J.N. el autor de la nota? ¿Quedaba algo oculto a la sana curiosidad del público?... ¿Y a usted qué mierda le importa todo esto?
Si no se ha ofendido con la última pregunta y aún continúa leyendo esta página, eso quiere decir lo siguiente:

a- Lo intrigaron las tres primeras preguntas.
b- Algo le hace creer que esta novela barata se las va a contestar
c- Es un idiota al que no le importa ser insultado.

Por consiguiente, y comprometiéndome a tomar en cuenta la disposición “c” antes mencionada, me adelanto a la segunda pregunta con una primera respuesta: No. ¿Se perdió? La pregunta era “Fue realmente J.C.N.O.D.J.N. el autor de la nota?”. ¿Ahora me sigue? Y la respuesta (sí, repito otra vez, repito todas las veces que quiero) es No. (Cornetas, tambores, música de revelación).
Juan Carlos, amigo íntimo de quién escribe éstas líneas, estuvo narrándome durante una noche entera los sucesos que azotaron a la empresa Lord y a todos los involucrados en el caso. “Era de madrugada, apenas las tres. No había ninguna luz en las casas de la vecindad: la ventana de mi cuarto de trabajo era la única iluminada. Hacía frío, pero a veces me gusta trabajar con la ventana abierta: mirar las estrellas descansa y apacigua el ánimo, como si uno escuchara una melodía muy vieja y muy querida. El único rumor que turbaba el silencio era el leve rozar de la pluma sobre el papel. De pronto... De pronto un crujido, un crujido en la silla enfrente mío, la silla que siempre ocupan los que vienen a charlar conmigo.

-¡Ahora recuerdo todo! –grité- Los Gurbos, los Cascarudos, los Ellos” (1)
-¿Qué pelotudeces decís, Fabio? –me preguntó Juan Carlos.

Obvio, no era nada de eso. Era solamente Juan Carlos, dispuesto a confesar, a hablar, a hablar y a hablar, porque eso es lo único que hizo el hijo de puta, no paró de hablar en toda la noche, a pesar de mis ruegos. No respiraba, apenas si parecía vivir. Su lengua reposaba de vez en cuando en un cubito que extraía mágicamente de algún lado oculto a mi vista, pero ni con el hielo pegado a la lengua paraba su monólogo.
“Escuché; todo el resto de aquella noche no hice otra cosa que escuchar. Cuando concluyó, ya todo estaba claro, tan claro como para llenarme de pavor”. Pero no adelantaré nada: quiero dar a conocer la historia de Dong, James Dong, tal y cómo él me la contó.

(1) El narrador repite textual las palabras de Hector Gérman Oesterheld, cuando comienza a narrar los sucesos de El Eternauta (El Eternauta, Hora Cero, 1957, H. G. Oesterheld, Solano López).