viernes, 13 de agosto de 2010

Capítulo 1

James se levantó temprano, abrió la oficina y se sentó frente a su escritorio con una taza de café en la mano. Bebió un sorbo y escupió al piso.

-Esto está horrible, Clara, calentá este brebaje del demonio.

James había despedido a su secretaria hacía ya un mes atrás, pero su mente se negaba a aceptarlo.
Abrió el segundo cajón del escritorio y extrajo de él su amado espejo: revisó sus dientes y divisó restos del pollo frío de la cena. Abrió el primer cajón y buscó un escarbadientes, lo sostuvo con tres dedos y se abocó a la faena, sabía que era fundamental para su imagen eliminar de su boca toda impureza. El pollo se resistía, sostuvo el escarbadientes y probó con más fuerza. La encía comenzó a sangrar, a él no le asustaba el rojo-sangre así que no se detuvo, cuando se dio cuenta que no podría lograr su objetivo, ya era tarde, el escarbadientes había quedado atravesado y era imposible retirarlo. Abrió entonces el tercer cajón, sacó el serrucho e intentó solucionar el problema. Serruchó el extremo exterior del escarbadientes, no así el que apuntaba hacia la lengua ya que la herramienta no tenía lugar para desplazarse, apenas si podía abrir la boca. Buscó entonces en el primer cajón y sacó una morsa, los maxilares inferior y superior fueron la resistencia a vencer. Una vez colocada, comenzó a hacer girar la palanca y el aparato en cuestión hizo el resto: ya estaba, la boca ofrecía la abertura exacta para el serrucho. Introdujo este último instrumento en su boca y...

Gustavo Alderette entró en la oficina.

-Perdón, si interrumpo vuelvo después –dijo al ver semejante escena.
-Hoo, jor fagor, eff uj dolo fehundo, be sayo edte edvarnafiehte fe ka noca y eshoy vom usged.
-No le entiendo un pito.

James comprendió que un cliente potencial podía escapársele de las manos, y ante tal fatalidad se desprendió rápidamente del serrucho, aflojó la morsa, y volvió a la "normalidad".

-Por favor, tome asiento. Clara, traé un café para el señor... Perdón, su nombre era...
-Nunca se lo dije: Gustavo Alderette.
-Bien, ¿en qué le puedo servir señor Alderette?
-Quiero que encuentre a mi padre.
-¿Usted leyó el cartel de la oficina?: “Detective Privado, graduado con honores", ¿y usted quiere que encuentre a un viejo? ¿Por qué no va a la policía?
-No sea impertinente. Primero escuche y luego decida usted si va o no a tomar el caso. Todo comenzó hace cuatro días en la fábrica Lord de General Pacheco. Mi padre era... es el Director General de la empresa y, como todos los jueves, esperaba a los otros directores para presentar y discutir el balance general de la semana. Cuando todos estaban reunidos, la secretaria les rogó que esperaran unos minutos, que mi padre estudiaba unos papeles en su despacho o algo así y que ya los iba a hacer pasar. Fue cuando se escuchó un tiro y todos entraron en la oficina de mi padre, yo llegué en seguida alertado por el estruendo. Lo increíble de esto...
-Perdone que lo interrumpa, usted me está hablando de un suicidio y si mal no recuerdo cuando entró me pidió que busque a su padre.
-Sí, sí, justamente, lo increíble de esto es que cuando entraron mi padre no estaba: la oficina estaba vacía.

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