jueves, 12 de agosto de 2010

Breve Introducción

La vida de Alberto Robles no es muy interesante. Ni siquiera un poquito interesante. De hecho, bastante aburrida. Así que no hablaremos de él.
Nuestro héroe en cuestión: Juan Carlos Nosé, tres sustantivos propios correctos, he aquí la verdadera denominación del protagonista.
Edad: 36 años. Profesión: Detective o cualquier changa. Seudónimo: Dong, James Dong.
Los hechos: el 17 de diciembre de 2009 desaparece el cuerpo del Director General de la empresa Lord. Se supone suicidio. Días más tarde, reaparece el cuerpo. Así, solito, sin que nadie lo llamara. Los matutinos declararon: “Asesinato misterioso”.
Tres meses después, el diario “Patín” publicó la resolución del crimen y de todos los hechos fantasmales transcurridos en la empresa automotriz. El artículo del periódico estaba firmado con las siguientes iniciales: J.C.N.O.D.J.N (es decir, Juan Carlos Nosé o Dong, James Dong).
Los hechos otra vez: ¿fue verdad todo lo que publicó Patín? ¿Fue realmente J.C.N.O.D.J.N. el autor de la nota? ¿Quedaba algo oculto a la sana curiosidad del público?... ¿Y a usted qué mierda le importa todo esto?
Si no se ha ofendido con la última pregunta y aún continúa leyendo esta página, eso quiere decir lo siguiente:

a- Lo intrigaron las tres primeras preguntas.
b- Algo le hace creer que esta novela barata se las va a contestar
c- Es un idiota al que no le importa ser insultado.

Por consiguiente, y comprometiéndome a tomar en cuenta la disposición “c” antes mencionada, me adelanto a la segunda pregunta con una primera respuesta: No. ¿Se perdió? La pregunta era “Fue realmente J.C.N.O.D.J.N. el autor de la nota?”. ¿Ahora me sigue? Y la respuesta (sí, repito otra vez, repito todas las veces que quiero) es No. (Cornetas, tambores, música de revelación).
Juan Carlos, amigo íntimo de quién escribe éstas líneas, estuvo narrándome durante una noche entera los sucesos que azotaron a la empresa Lord y a todos los involucrados en el caso. “Era de madrugada, apenas las tres. No había ninguna luz en las casas de la vecindad: la ventana de mi cuarto de trabajo era la única iluminada. Hacía frío, pero a veces me gusta trabajar con la ventana abierta: mirar las estrellas descansa y apacigua el ánimo, como si uno escuchara una melodía muy vieja y muy querida. El único rumor que turbaba el silencio era el leve rozar de la pluma sobre el papel. De pronto... De pronto un crujido, un crujido en la silla enfrente mío, la silla que siempre ocupan los que vienen a charlar conmigo.

-¡Ahora recuerdo todo! –grité- Los Gurbos, los Cascarudos, los Ellos” (1)
-¿Qué pelotudeces decís, Fabio? –me preguntó Juan Carlos.

Obvio, no era nada de eso. Era solamente Juan Carlos, dispuesto a confesar, a hablar, a hablar y a hablar, porque eso es lo único que hizo el hijo de puta, no paró de hablar en toda la noche, a pesar de mis ruegos. No respiraba, apenas si parecía vivir. Su lengua reposaba de vez en cuando en un cubito que extraía mágicamente de algún lado oculto a mi vista, pero ni con el hielo pegado a la lengua paraba su monólogo.
“Escuché; todo el resto de aquella noche no hice otra cosa que escuchar. Cuando concluyó, ya todo estaba claro, tan claro como para llenarme de pavor”. Pero no adelantaré nada: quiero dar a conocer la historia de Dong, James Dong, tal y cómo él me la contó.

(1) El narrador repite textual las palabras de Hector Gérman Oesterheld, cuando comienza a narrar los sucesos de El Eternauta (El Eternauta, Hora Cero, 1957, H. G. Oesterheld, Solano López).

No hay comentarios:

Publicar un comentario