martes, 17 de agosto de 2010

Capítulo 2

-¡La pucha! –exclama James, sorprendido.
-¿La pucha?
-No se fije en mis expresiones, por favor, soy un tipo común, un hombre marcado por el destino, llamado a servir a los semejantes, a trabajar por la justicia, por la libertad, a pelear por el amor, a ser justo, honesto, decidido, no soy un detective vulgar, señor Alderette, soy más que eso... soy yo.
-¡La pucha!
-Volvamos al caso, me interesa. Hay cosas que es necesario aclarar.
-No hay problema, le puedo dar los nombres de los directores, direcciones, datos, lo que usted pida.
-Yo hablo de mis honorarios.
-¿Cuánto pide?
-$500 por día más viáticos.
-De acuerdo.
-Un seguro contra accidentes.
-De acuerdo.
-Un auto.
-No abuse.
-Está bien, puedo arreglarme con mi bicicleta. Por último y en calidad de indispensable, usted debe cuidar a San Patricio.
-¿Qué dice?
-Mire, si voy a investigar su caso no voy a poder alimentar a San Patricio, así que le dejo las llaves de mi casa y usted se compromete a pasar siempre al mediodía para darle de comer.
-¿Estamos hablando de su mascota?
-Lógico. ¿Algún problema?
-Ninguno.
-Bueno, al grano entonces.
-¿Y el café?
-Cierto, ya lo había olvidado. Clara, ¿para cuando ese café?
-Un poco silenciosa su secretaria.
-Sí, desde que la despedí parecería que no me obedece.
-Pero ¿está acá?
-No.
-¿Y para qué la llama?
-Costumbre.
-No me joda.
-¿Podemos ir a la oficina de su padre?
-¿Ahora?
-No, ¿el mes que viene le queda bien?
-Odio el sarcasmo.
-Odio la estupidez.
-Podemos.
-Vayamos entonces.
-Antes una cosita: tiene un escarbadientes atravesado en su dentadura.

La oficina. Cuatro paredes con un cuadro en cada una de ellas. Debajo de una pintura, un agujero de bala. James observó el lienzo, "La res colgada" determinó. Supo entonces que Gustavo Alderette era un ladrón.

-Oiga usted, ¿cómo pudo? ¿sabe que esta obra fue hecha para que todo el mundo la admire?
-¿De qué habla?
-El Rembrandt que tiene en su oficina.
-Punto uno: es la oficina de mi padre. Punto dos: es un duplicado del grabado original. Punto tres: "La res colgada" aún está en París, en el Louvre para ser más exactos. Y punto cuatro:
-Listo, ya entendí. Déjese de puntos.

James volvió a la observación. El piso alfombrado, un color opaco sensación de tristeza, dibujos por doquier. Dos sillones, los dos paralelos, del mismo color que la alfombra, miran al escritorio, éste de color kk, y lo usual: un almanaque, un porta lápices, una agenda, la última Playboy, un metro, papeles diseminados, una pelota de fútbol, un reloj, un balero y una cantimplora. Debajo del escritorio, el típico tacho de basura, receptor de papeles quemados. Una sola ventana en la oficina, James se asomó y comprobó que nadie podría escapar por allí, un quinto piso, ninguna cornisa y ningún traje de Superman.

-Unas preguntas, señor Alderette. ¿Encontraron el arma que realizó ese disparo?
-No.
-¿Revisaron a los presentes?
-Sí, la policía lo hizo, pero para cuando llegaron aquí, el asesino tuvo el tiempo suficiente para deshacerse de ella.
-¿Por qué lo llamó asesino? Aún no sabemos si su padre está muerto, no saque conclusiones apresuradas. ¿Y la bala?
-La encontraron incrustada en la pared, debajo del duplicado
de Rembrandt. No tenía sangre, como si alguien hubiera jugado al tiro al blanco.

James entendió que cada vez entendía menos.

-Necesito datos de los testigos.

Gustavo Alderette escribió en un papel:

Lidia. E. Fontes Secretaria dirección....
Alberto M. Coisman Director dirección....
Oscar A. Boretti Director dirección....
Eduardo H. Homps Director dirección....
Juan J. Golman Director dirección....
Gustavo I. Alderett Sub Director General dirección....


Tres horas después, James hablaba con el portero eléctrico de Alberto M. Coisman.

-¿Hola?
-Buenas tardes, señora. Desearía hablar con su esposo.
-¿De parte de quién?
-Juan Carlos Nosé.
-¿Quién?
-Juan Carlos Nosé, señora. El detective que investiga el caso de la muerte del jefe de su esposo.
-¡Oh, Dios mío! Aguarde un segundo, bajo a abrirle.

Minutos después...

-Hace dos días que mi esposo no vuelve a casa, ya sospechaba algo terrible.
-¿Qué quiere insinuar?
-El otro día tuvimos una discusión, por su trabajo, creo que...
-Vamos, hable, no me deje con la incógnita.
-Es que no sé si deba.
-Hable, le digo.
-Puedo condenar a mi esposo.
-Señora, tal vez sea duro para usted entender esto pero voy a tratar de ser claro. Hay momentos en que hay que actuar pundonorosamente, ya que la honra de uno no puede depender de otro, por más cónyuge que sea. Si su esposo es un delincuente, que se joda, hay muchos machos por ahí, la vida se puede reconstruir, no hay que someterse a un solo hombre. Usted es joven, sea bizarra, atrévase, delátelo. Además, ¿se ha puesto a pensar en dónde puede estar su esposo? Con otra mujer, libidinoso él, se entregará a los primeros brazos en prostíbulo que encuentre, o de una amante a la que ni le
mirará los brazos, ya sabe a lo que me refiero. Después vendrá el divorcio, la división de los muebles e inmuebles, "¿de quién es el canario?", "el grifo de agua caliente lo compré yo", y tantas cosas. La partición de los hijos, incluso a la manera de Salomón, terrible, ya lo creo, pero a veces necesaria. Y la amante se reirá en su cara, y usted quedará en la calle, y vaya a saber qué ha ganado su consorte con la muerte del jefe. Por esto y mucho más, ¿qué me iba a decir sobre su esposo? Tiene treinta segundos a partir de este instante.
-Él dijo que quería matarlo.
-¿A mí?
-No, al jefe.
-Pero... ¡Eso es una barbaridad! ¿Está usted segura?
-Bueno, usted sabe, en privado se dicen muchas cosas, pero hacerlas... del dicho al hecho...
-Sí, sí, hay un gran pecho.
-Trecho.
-Perdón, es que... ¿no podría cubrir un poco su teta derecha? Me distrae.
-Disculpe, no fue mi intención molestarlo.
-Volvamos a lo último que dijo: su esposo se fue de aquí con la intención de matar a su jefe, ¿llevó algún arma?
-Creo que un revólver.
-Pero usted es una desalmada, está sentenciando a su esposo, a su media naranja, ¿no juró acaso respetarlo, ayudarlo en las buenas y en las malas? ¿Dónde queda el honor, señora? ¿Dónde?
-Usted me dijo...
-Nada, usted entendió mal, no puede acusar a cualquiera porque sí, hacen falta pruebas, y después mucho papeleo por delante. Le podría dar tiempo a escapar, rehacer su vida, juntos tal vez, en otro país, pero ya la condena está firmada, su muerte es segura, cárcel, quizás guillotina, y por usted, ¿se da cuenta? POR SU CULPA.
-¿Y ahora que hago? ¿Qué puedo hacer para corregir mi error?
-Señora, no puedo decirle todo, mas si insiste le diré que queda un solo camino ante tal enorme desastre, debe recuperar su honor, subsanar esa falta de cariño hacia su esposo con una demostración de afecto insuperable.
-¿Y qué hago? ¿Cómo le demuestro que a pesar de haberlo condenado, lo amo?
-¿Qué es lo más importante para uno?
-No sé.
-Sí, ese es mi apellido.
-No sé que es más importante para uno.
-¡Ah!, disculpe. Uno es más importante.
-¿Y dos?
-No, le digo que uno es lo más importante para uno.
-Egoísta.
-Sincero. Es la verdad.
-¿Qué me propone entonces?
-La muerte voluntaria.
-El suicidio.
-Suena mejor: muerte voluntaria.
-Está bien, lo acepto, tiene razón. Quisiera -si no es mucha molestia- que usted fuera testigo.
-No hay problema.
-Voy a buscar una pistola. Mientras espera, ¿por qué no intenta sacarse ese escarbadientes de la boca? Le queda horrible.

Según James, el balazo hizo un estruendo hórrido, y justo cuando la cabeza de la señora caía destrozada y sin vida en el suelo, hizo su entrada el esposo, con cara de quien entra sorpresivamente a la casa y ve la cabeza de su amada, destrozada y sin vida en el suelo, como si acabara de dispararse un tiro.

-¡Dios mío! ¡Dios mío!
-Se equivoca, mi nombre es Juan Carlos Nosé, pero puede llamarme Dong, James Dong.
-Mi esposa, mi esposa.
-Aquí, en el suelo.
-¿Qué pasó?
-¿Quiere los detalles médicos o sentimentales?
-Sentimentales, por favor.
-Se mató por amor, por amor a usted. Y deje de sacudirla, ¿no ve que está muerta?
-¿Qué quiere decir con que está muerta?
-Muerta, off, exánime, extinta, fiambre, caput.
-¿Pero por qué?
-¿Otra vez? Le ruego que me preste atención cuando hablo, si se va a poner nervioso por cualquier pavada no hablo más y listo.
-Cuénteme, cuénteme.
-No, ahora no quiero, está histérico.
-No se haga el caprichoso, cuente.
-No, no y no.
-Por favor.
-Ya se lo dije: se mató por amor.
-No entiendo.
-Se enteró del por qué de su ausencia prolongada, lo delató y prefirió morir antes que verlo padecer. Tuvo una esposa ejemplar.
-Pero... ¿De qué habla? ¿Cómo pudo enterarse de mi viaje si fue un imprevisto? Mi jefe me mandó a Mendoza y yo no quise decirle nada para darle una sorpresa, una nueva casa, un nuevo horizonte, pero, ¡Dios mío! ¿Por qué le cuento todo esto a usted?
-Mire, no sirve fingir señor Coisman, yo sé que usted mató a su jefe.
-¿Coisman? ¿Coisman? Yo no soy Coisman, estúpido, Coisman vive en el 4° A.
-¿Y este departamento es...?
-4º B.
-Uyy. Bueno, lamento entonces todas las molestias que pude haberle ocasionado. Muchas gracias por su tiempo, y no se acongoje, tuvo usted una esposa excepcional, se lo aseguro, excepcional.

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